sábado, 24 de septiembre de 2011

UN GALLITO MAÑANERO


UN GALLITO MAÑANERO
La orden del bando que no anduvieran gallinas sueltas por las calles se empezó a cumplir, sobre todo en plazas y calles principales.. Claro, que todos nos íbamos haciendo más refinados, y los niños en vez de comprar chochos, comprábamos pirulíes o chupalandrinas, pero ya no era lo mismo. Tú sabes- le digo a Peromingo- lo emocionante que era comer u buen paquetón de chochos, después de haber echado un buen trago de agua, tirábamos los hollejos de un lado a otro de la calle, volvíamos locas a las gallinas y estas tan contentas.
Tan contentas porque no vivían solas, cada vecina tenía por lo menos cuatro o cinco; es decir, familia numerosa y el gallo. Pocas eran las dueñas que tenían que ponerlas un lacito para conocerlas, se conocían perfectamente. Y si en alguna ocasión, veías a dos personas dudando, ellas sabían que los animalillos enseguida buscaban a sus hermanas, aunque el huevo podría haberse trabucado.
¡Y qué fue de aquellas gallinas callejeras que se espantaban al paso del Túcan de Juan o que si se asustaban caían de lo alto de una solana a la calle en medio de un revuelo de plumas y tierra de alguna maceta y nunca les pasaba nada? Pues en La Alberca siguen. Hay menos porque han salido al campo, a las fincas, al aire libre, lejos de los turistas, de las tiendas de recuerdos y de esas parejas de personas que en vez de practicar el lenguaje autóctono, el local (pechar la puerta, que vus vaya bien,…) ahora vienen se sientan en la “crú de la praza” no dan la hora a nadie y hasta te miran en inglés.
Por cierto, no es la primera vez que he visto a unos extranjeros, ella con su mascota -una gallina en brazos, tapada con una toquilla- y él al lado con la jaula por si la gallina lo precisa. ¡Qué no se iba a reír nada la señora Tina, la que hacía los colchones, si viera estas cosas de ahora! Pues basta que una de nuestras vecinas cogiera una de sus gallinas en brazos y ya tenía a lo lejos diez cámaras apuntándolas.
Hoy, si vas por la Corredera y tomas el camino de San Antonio y te encuentras a la hija de la señora Minica, que se parecen mucho, y a su marido que fue amigo mío en la infancia, en unos momentos vuelves a vivir el pasado y escucharás a ese gallito mañanero que te da los buenos días, te fastidia de dormir el segundo día y el tercero si no canta por la mañana ya te puedes imaginar que están haciendo con él un sabroso puchero.

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