lunes, 4 de abril de 2016

LA IDENTIDAD
























LA IDENTIDAD
¿Es conveniente conservar nuestra propia identidad?
La pregunta es obligada sobre todo en un blog que lleva por título  “en sus tradiciones”.
Recuerdo, en torno a la década de los sesenta, el año de Semana Santa en el que acudió a nuestro pueblo un equipo de la televisión belga para hacer un reportaje  sobre la misma.
No hubo que preparar nada. Solamente colocar varias cámaras por los lugares   más significativos de los pasos procesionales. Querían grabarlas tal como eran, sin artificios ni falsos añadidos. Una de las cámaras estaba medio oculta en el balcón de la señora Antonia, la curandera, y la gente a su paso ni se enteraba; lo mismo ocurría con otras, puestas en diferentes lugares. El equipo belga estaba entusiasmado  con lo que estaba viendo, muy diferente a las grandes manifestaciones religiosas de Sevilla, Zamora, Málaga,…Participaba todo el pueblo y el que llegaba tarde de sus obligadas ocupaciones, se asomaba por una rendija de la puerta de su casa, se escondía tras la cortina del bar, o se unía posteriormente por  la entrada de una próxima bocacalle.
Si los hombres con sus fuertes capas llamaban la atención, las mujeres de cierta edad o ya mayores se decía “son auténticas virgencitas de la pasión”, con sus pañuelos atados al cuello, tapando la boca o con mantillas o toquillas serranas siempre tras de la virgen dándole  al conjunto procesional  un aire especial, del que salían sus quejas, lamentos, cánticos dulcificados de dolor, y continuos “perdona tu pueblo, Señor” que contrastaban con la severidad del acompañar de los hombres y la gravedad de sus voces y miradas.
 Nadie miraba desde fuera, todo el pueblo procesionaba, no había apenas contrastes en el vestir, y si alguien llegaba de fuera con aire de ciudad sabía que no llamaría la atención ni interesaba. La atención estaba puesta en sus habituales moradores.
 En la década de los sesenta la asistencia de hombres con capas empezaba a flojear, seguía habiendo encantadoras señoras virgencitas que se arreglaban especialmente para las procesiones, y si eran solteras, con sayas se las valoraba en estos actos más que a nadie ¿Quién no recuerda a Rosa la Chicaina, a la Isabelita del señor Román y en especial a la Cruz que se sigue poniendo en la iglesia, cuando puede, para oír misa, encima de la piedra donde estaban enterrados sus antecesores. Devotas y santísimas costumbres que hay que respetar.
De unos años para acá, la asistencia a estos actos religiosos de hombres con capa ha aumentado de forma muy considerable, lo que constituye que sean actos de gran solemnidad que deja perplejos tanto a los de dentro como a los numerosísimos visitantes que acuden en esos días.
Pero ¿Qué sucede con las jóvenes y mujeres? Los nuevos modos y modas de vida han cambiado tanto que se cuentan con los dedos las que en la actualidad siguen las normas tradicionales. ¿Para bien? ¿Para mal? ¿O tendrían que decidirse las personas que acompañan, en su más próxima cercanía a la Virgen  en llevar  un cierto distintivo tradicional?  Quizás propio de un acuerdo entre personas a las que les agrade participar en estos actos con esa finalidad.  La foto de Francisca junto a la Virgen de los Dolores lo dice todo.  Pero siempre hay un rasgo o un distintivo del ayer que pueda ser  significativo para hoy.

 En el aire queda la idea, el pensamiento, la palabra y la conservación de la tradición.

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