VIAJES
A SALAMANCA: CHURROS/ PARADAS/ MALETEROS
Salamanca-Vecinos-
Mogarraz, era el rótulo que tenían aquellos coches de línea que hacían el
recorrido de la Sierra. Al dueño le
llamaban El Churrero y el conductor de tantos años en la empresa Victor. A las siete menos cuarto llegaba el
coche de Mogarraz, paraba unos minutos en la entrada de La Alberca, al lado del
clásico castaño El Arbolito. Después iba también haciendo paradas por numerosos sitios antes de llegar a Tamames,
donde subía la churrera y desayunaba el conductor. En Vecinos volvía a parar para unirse a otro
coche de la misma línea que llegaba de Navarredonda. Ya llegando a Salamanca se
detenía de nuevo a repostar gasolina en el Arrabal, parada para quienes acudían a
las ferias de ganado, serranos con sus clásicas pellizas de aquella época.
A
la salida del Puente de Hierro , estaban los famosos fielatos para pagar quienes trataban de introducir
productos en la ciudad.
.
El viaje terminaba en las Cocheras de San Isidro (ya desparecidas) que estaban
al lado de la Clerecía. Allí comenzaba un nuevo mundo de vida en la ciudad. Si
vivías cerca por la calle la Rúa en un momento estabas en la Plaza Mayor. ¿Pero
que sucedía a quienes vivían más lejos de la puerta de Zamora y venían con una
maleta pesada con libros? Pues con diez años te tenías que espabilar y como no
podías con ella había que ponerse de acuerdo con alguien que hiciera el mismo
recorrido y contratar a Maera o Tomasín. Estos dos eran los maleteros más
famosos que con un carro de madera de
una rueda te llevaban el equipaje por un precio que antes había que contratar y
ajustar bien.
Tomasín era desconfiado si te veía con pinta
de estudiante, Maera si no decías que
tenías clase podía hacer alguna parada para echar gasolina a su garganta. No
admitían bromas y a la picaresca de la parada se respondía en alguna ocasión
con el formalismo –si no te ibas-
de“hasta aquí te pago y me voy”. Maera bajando la calle de la Compañía se
embalaba de tal modo que acercándose al Paseo de los Carmelitas te esperaba
echando algún taco que otro pues el servicio no se podía “envaír”.
Los
albercanos que acudían a Madrid a vender sus productos o embutidos tenían
apenas unos metros la salida del Auto-Res , Las calles Serrano y la Rúa eran
famosas por su pensiones. Y por la tarde de regreso a las cinco, entrando
dentro de las cocheras siempre en el mismo sitio estaba el coche de línea que
hacía el recorrido de Salamanca- Vecinos- Mogarraz. Había que tener cuidado con
los “carteristas” que tenían mucha habilidad para quedarse con lo ajeno,
sobretodo las mujeres que llevaban sayas y faltriqueras adecuadas para la
ocasión. Los coches de línea además de llevar viajeros realizaban otros
servicios por medio de sus conductores: echaban las quinielas que les mandaban
de los pueblos, hacían los pedidos al centro farmacéutico, llevaban los sacos
con las películas de cine, encargos de los comercios para trabajar en el campo,
maletas de cartón e incluso alguna caja de muertos-cuentan que improvisado
refugio en un determinado día de lluvias-.
El
coche de línea era muy bien recibido en los pueblos. El La Alberca en alguna
ocasión hasta con aplausos. ¡Qué ya llegó! Se anunciaba a la vecindad y la gente acudía a la parada o salía a la
puerta a curiosear su llegada. Cuando la brea acababa al lado de la Casa del
Arquitecto y pasaba ganado por la carretera el coche aminoraba su marcha y los
chiquillos aprovechábamos a colgarnos de la escalera de atrás. El polverío era
inmenso y el olor a ciudad perjudicaba un poco la retirada vida social de esta
localidad.
¡”Quisca”,
que ha llegado la Manoli! Y la vecindad salía entera a comérsela con besos bien
sonados, hasta los perritos ladraban de contentos,…A Valentín con su traje de
regulares y gorro con borla tardaban en conocerlo. Pero,..” mi sargento ¡otra
vez de permiso” y el contento se hacía mayúsculo.
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