MI CALLE – y II--
Todos añoramos la localidad pequeña y cuando podemos volver, si estamos alejados de ella lo primero que más deseamos es volver a ver a los vecinos y amigos que quedan de nuestra calle. Ya habrá tiempo después para abarcar el resto de toda la localidad. Pero lo primero es nuestra primera y natural calle. ¡A ti siempre se te notó que eras del Tablao! ¡Qué le vamos a hacer! ¡Oye tú, que eso no es nada malo! ¡Al revés, y a mucha honra ,eh!
El Tablao se distinguía por tener varias cosas en especial. Una la consulta del médico, a la gente no le gustaba esperar en el recibidor de la casa, prefería la intimidad de las escaleras o el poyete de la calle, así la espera se hacía más al aire libre y se veía pasar a unos y a otros.
Otro sitio más agradable era la fragua del señor Antolín, se esperaba a la puerta con las caballerías atadas a una verja y mientras tanto se veía realizar el oficio. Por las tardes, se iba a charlar allí un rato con Vicente y con los que por allí aparecieran y en especial Martín el zapatero, hermano de la Dorita, que sólo salía de noche por cosas de la guerra y de cazar conejos, liebres o jabalíes entendía un montón.
Un poquito más abajo en la casa del señor Chagal, vivía Don Lorenzo para los jurdanos y Juítas para los naturales, lugar más temido y menos visitable.
En plan industrial a la entrada estaba la Sierra del señor Calentino, con Tirso, Moisés Pingüi y José Estoque que cuando trabajan con ganas nos dejaban a medio pueblo a penas sin luz.
Un poco más familiar estaba en el Rincón de la Maína, el telar del padre de la Socorro, era digno de ver lo bien que estaba construido y como se movían todos sus cachivaches.
El Rincón era de un sabor especial, sobre todo por las tardes, salían las vecinas a coser a la puerta del señor Cacharro y como tuvieran ganas de fiesta se pasaban ratos inolvidables.
Hoy la calle se ha vuelto más comercial pero sigue teniendo su particular acento y especial distintivo con el restaurante de Elías, el saborcillo del jamón de Pedro, la artesanía de Tomasín, los recuerdos de Serafín y otras tiendas y en especial la de Mary Luz ¡quién no peca con un dulcecillo al pasar por allí! Con morcillas de chocolate ¡casi “na”!
Se nota la falta de las gallinas, el paso de los burros, vacas y caballerías y la llegada de las cabras.
En su lugar pasan parejas chapurreteando en inglés que sólo se detienen a ver pasar la Mujer de las Ánimas; pero se enteran de poco, porque si “aninantes pechaste el portalito porque hay andancio y el sahumerio te pueden poné, no tengas repeluco que no van a pescá ná de ná”.
Así es mi calle, la de siempre.
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