DON ISIDRO PUERTO, EL BOTICARIO DE LA ALBERCA
Botica se llamaba el lugar de la farmacia destinado a guardar los productos y materiales que necesitaba la persona encargada de realizar tales menesteres que, con su título, carrera y conocimientos legalmente reconocidos, recibía el nombre de boticario, ahora farmacéutico.
Recuerdo que cuando era niño, acompañaba a mi padre, médico, a la farmacia; me quedaba esperando sentado en un banco con Pablo, el hijo de Don Isidro, mientras ellos pasaban a la botica y trataban de sus asuntos.
Nosotros allí no podíamos entrar, la cortina que tapaba la puerta, cada vez que se movía con el viento, despertaba nuestra curiosidad.
Observábamos con admiración la gran cantidad de tubos de cristal, probetas, balanzas, frascos de vidrio y cerámica que, con sus latines grabados, servían para elaborar las recetas magistrales y donde se preparaban y suministraban medicinas que aliviaban los dolores a los enfermos.
Era la época en la que el piramidón se despachaba envuelto en papelitos o sobres que el mismo boticario tenía que realizar. Y cuando en los aparatos de radio se escuchaba aquello de “el aceite de ricino ya no es malo de tomar, se administra en pildoritas y el efecto es siempre igual”.
En nuestros pueblos, en los veranos, había mozalbetes que recogían para sacar unas perritas, el cornezuelo del centeno, utilizado con fines terapéuticos.
Eran años difíciles que siguieron a la guerra civil y en los que había que entregarse mucho dada las necesidades acuciantes del momento. Teniendo que elaborar preparados para aliviar los dolores. Líquidos y unturas con los que se friccionaba el pecho y la espalda en tiempos de catarros y resfriados. Ventosas, cataplasmas de fuertes olores, ungüentos, pomadas, linimentos para torceduras y dolores musculares. Eran muy conocidos: el linimento Sloan -matadolores- llamado popularmente como “el tío del bigote” al que había que poner después calorcito para aliviar los dolores óseos y musculares. El calmante vitaminado, las pastillas Koki, el Okal, la aspirina, el bicarbonato de Torres Muñoz, la Biodramina para el mareo, el Calcigenol,...
Se había pasado de las plantas, a fórmulas complejas, pastillas, pomadas, polvos, ungüentos y enemas. Y como había muy poco dinero, las pastillas se vendían sueltas.
DE LA BOTICA A LA MODERNA FARMACIA
Según se acercaba la década de los sesenta, la vieja farmacia (la de las fórmulas magistrales) comenzaba a transformarse. Los pedidos se hacían al Centro Farmacéutico de Salamanca.
La señora Feliciana, que era una excelente encargada, ayudaba a D. Isidro mientras él echaba de menos sus fórmulas magistrales.
Las farmacias se encargaban ahora más en despachar que en hacer productos. Don Isidro, en sus ratos libres, prefería seguir en contacto con la naturaleza, con sus huertos y campos que tanto le gustaban.
Uno recuerda que hacia los quince años tuvo un problema de excesiva sudoración y como un preparado que
le hizo Don Isidro le dio un excelente resultado.
Imágenes:
-Con un amigo en el Solano de La Alberca
-Escudo de presidente de antigua Asociación de amigos de La Alberca
-Foto del Solano
-Medicamentos y enseres de las antiguas Boticas
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