LOS PINTORES Y LA ALBERCA
- BONIFACIO LÁZARO-
Muchos han sido los pintores que han pasado por La Alberca en
la década de los setenta, las anteriores
y muchos más en los tiempos actuales.
Hoy no habría sitio para seguir recopilando firmas en la
famosa columna de su Plaza Mayor.
Se sembraron inquietudes y el escenario aunque con el paso
del tiempo ha cambiado, sigue siendo
único.
Por aquella época mi padre, al que un entusiasta de la medicina como era Ángel María de Lera llamaba “el amigo de los artistas”, decía a
sus amistades “si vas a La Alberca, no dejes de visitar a Barcala”. Y allí le tenías paseando por el
pueblo con Camilo José Cela, Armando López Salinas, Antonio Ferres, Alfonso
Groso, Ramón de Garciasol,...
Iniciando a escritores por los caminos de la Literatura o
sobre un libro sobre La Alberca. Como
interesándose de la pintura que hacía Ismael Blat, Pastor Calpena, Álvarez del
Manzano, Antonio Moragón, Bonifacio Lázaro,..
Sin olvidar su faceta de artículos y colaboraciones en
Profesión Médica y otras revistas de medicina que tan bien recoge y menciona Ángel
María de Lera en su libro “Por los caminos de la medicina rural”.
De Bonifacio Lázaro conservo este artículo que publicó en un importante periódico de aquellos
años y que ocupaba una página completa. Creo que
es interesante que se dé a conocer, sobre todo existiendo en La Alberca
un auténtico ambiente de inquietudes artísticas propiciadas por los Encuentros
de pintores, algunos tan importantes como Manuel Rejano, Francisco Valencia,
Ricardo de Arce, Galdona, Javier del Valle, Luis M.G. Pena, Agustín Casillas,
José Luis Bernal –que además es natural del pueblo-. Y muchos más, que deberíamos mencionar y valorar.
Hay que destacar también la labor que está haciendo esa Asociación de Pintores que realiza cursos de Acuarela en verano, “Pintura al
Natural” por los acuarelistas Ricardo de Arce y Javier del Valle y que creo que
ya van camino de su décimo curso.
La Alberca tiene muchos motivos, rincones, calles, plazas, costumbres,...
por descubrir y saborear, y se presta voluntaria para posar mientras el
reloj de la torre deja caer lentamente el toque de sus campanadas; suena la campanilla
de Ánimas; se oye un ¡Ay, Dios mío! de detrás de un viejo portón y una
chavalilla quinceañera pone una colgadura más antigua que el sol, en el
centenario corredor que hace esquina a uno de los salientes de su Plaza Mayor.
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