LOS
CUMPLES DE MARI “LA PIRI”
El mejor regalo que puede tener un joven es que le dejen en paz, en su mundo. Una persona mayor ya la midamos en meses, en días o en años. Lo mejor de lo mejor es recordarla. El recuerdo es la base de nuestras vidas, sobre todo cuando se pasa en el tiempo.
El amigo José
María Gómez Cereceda, me manda esta foto tan entrañable con los valiosos
comentarios de la celebración familiar de Mari, para nosotros La Piri; de su
padre Pedro el panadero del que heredó
su sobrenombre de Piri.
Mari hay muchas,
pero Mari La Piri para nosotros es
única, por nuestros años de amistad, de trato y de reconocimiento mutuo.
Me dice José
María
Quién de nosotros en nuestra niñez, no fuimos
a por el pan donde el tío "Piri"?
“Me contaba mi tía Paula, la monja, que cuando
se casaron mis abuelos, el tío José "Alquilino" y el tío Pedro
"periquito", se fueron las dos parejas de viaje de novios a
Salamanca, desde el pueblo en caballerías. Cosas que hoy día sería impensable”
Yo recuerdo que de niño iba muy a menudo a la
panadería del señor Piri
Y me quedaba entusiasmado viendo aquel horno
de pan de cara al público con aquellas palas tan grandes metiendo en el horno y
sacando el pan. Mari desde muy joven ayudaba sobre todo en aquellos difíciles momentos de racionamientos, impuestos por el
gobierno.
Una vez que aprendí
el ir y venir de la panadería a casa,
fui muchas veces con “el capacho” propio de la época a casa del señor Piri a
comprar el pan. Me llamaba la atención que los panaderos tuvieran el distintivo
de alguna señal que se les notara que trabajaban la harina y sobre todo que te
dieran el pan con tanto cariño. “Espera hijo yo te lo guardo no siendo que se
te vaya a caer”, porque tú sabes que el pan es de Dios.
Ya lo creo que
lo sabía, pero apenas acababa la calle, en la misma esquina, la mano pecadora
de la niñez le había pegado un pellizco. Mi madre me decía eso no se hace, en
casa te corto yo una rebanada con el cuchillo y queda mejor presentable. Tenía
que convencer a mi madre que me había tropezado en la escalera y se había caído
un “rescaño” ¿Y qué hiciste con él? No lo iba a tirar, me lo comí.
Y seguía la
historia; porque aquel pan era una delicia de Dios y que Mari nos perdone haber
heredado el secreto de aquella delicia de pan que siempre llevará su sobrenombre y que la
amistad nos regale la suerte de podernos volver a ver.
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