EN LAS LADERAS DEL MUNDO
DE NUESTRA SIERRA DE FRANCIA
“Somos hijos de la naturaleza y nos debemos a ella en su reconocimiento y satisfacción”.
Estemos donde estemos, el ordenador nos traslada a su plena
naturaleza, dejándonos mientras la contemplamos, embebidos en toda su plena
realidad. Parece que la estamos tocando con la vista y sintiéndola con ella con
todos nuestros sentidos.
Nos recuerda la famosa frase de don
Miguel de Unamuno, “estos pueblos vistos desde lo alto parecen caber en un puño
y allí abajo son todo un mundo”.
El huertecillo familiar, muy cercano a
nosotros, se ve bien cuidado, vallado para su protección y del joven olivo. A
la izquierda baja la ladera, luciendo amarillos y recogidas margaritas. En la
pequeña explanada que se abre, un joven castaño de sombra tenue invita al
descanso, a sentarse a leer.
Es en la ladera que sube, donde se
asienta el caserío; se ve muy extendido y modernizado; sin embargo, los paredones de
huertos que se van acercando a él sufren las consecuencias del momento
campesino.
Al fondo la carretera que se abre al
abrigo de sus laderas y se pierde en los
vericuetos de las curvas de su paisaje, que bajan hacia Mogarraz.
Monforte y Mogarraz están tan unidos que
la vista es quien más acerca su extraña separación.
Nos detenemos a contemplar la pequeña
altura de su paisaje que limita el verde con el fuerte azul. ¿Quién no diría
que esas montañas muestran la desnudez
de un delicado cuerpo femenino con una pequeña extensión arbórea a fondo? La
imaginación lo dice, muestra y adivina por si alguien lo duda.
¡Qué pena, que en las laderas de este
sugestivo mundo de la serranía de Francia, estos pueblecitos tan recogidos y acogedores tengan hoy tan poca actividad campesina y tan
pocos niños! ¿Renacerán o serán simples museos de fines de semana que se van
quedando solos, sin escuelas, sin niños,
sierras y campos abandonados, expuestos a las inclemencias del tiempo y del
fuego y sin apenas hoy ya de recuerdos de su vida campesina?
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