ESPAÑA EN BLANCO
Y NEGRO
EN UN PUEBLO
MONUMENTO NACIONAL Y DE COLORES--
ERAN OTROS
TIEMPOS Y OTRAS COSTUMBRES:
TOROS DE MUY
SEÑOR MÍO
Y VACAS QUE
SABÍAN LATÍN
La muerte del
torero-maletilla, cubre-fiestas, zamorano Marcial Villasante nos mueve a
reflexionar el papel que jugaban estos novilleros por los años sesenta. Les
veías en la Plaza Mayor de Salamanca,
junto a las Torres esperando una tienta o un festejo cercano.
“Mira, el toro
es para los mozos, tú le das cuatro pases y si no puedes matarlo se les echa la
maroma y ya está”. Esa fue la vida de Marcial que en varias ocasiones le vimos
en La Alberca, con su traje de corto cosido a cornadas pueblerinas. Solía
llevar un acompañante mayor para los recortes y en La Alberca El Cuco le daba algunos
consejillos para conocer el ambiente.
El problema en
esa época era el poco apoyo, cuatro tijeras y sales de paso, que tenían los
médicos locales; Al contrario de hoy, una pequeña minoría antitaurina que busca
fastidiar la buena aportación que se hace con equipos de ambulancias.
La afición, el
pueblo era muy respetuoso con los muy señores toros y vacas que se plantaban en
el medio de la plaza y al que daban una coz le repasaban después bien los
pantalones de cáscara de roble, como decía Valencia.
El espectáculo
precisaba kilos de pólvora para
despertar al animal del letargo invernal
y animar con olor a guerra el ya de por sí animado ambiente.
Carreras para
arriba –peligrosas-, para abajo de la plaza, emocionantes. Subida y bajada de
las escaleras, cites con la gorra y defensas con la cayada, a veces con un
topetazo en la espalda como le pasó al señor Clemente –Mandango, en plan
familiar-. O a Juan Manuel “Cacharro”,
cuando le clavó el cuerno y mientras mi
padre le curaba para llevárselo a Salamanca, Juan Manuel me miraba y me decía: “Sidro,
hay que ser valiente” esto no es ná”.
Es curioso ver
esas corridas con Don Saturnino, el cura y su puro de fiestas, lo mismo que el
guardia Sindo. Buenos tiempos que llegaban los toros en capea, repartiendo
miedo por todas las partes; El Prado Mellina, era un excelente hotel para
ellos.
¡Que halo
dejaría el ambiente que cuando sonaba el rejete, la coral de silbidos invadía
toda la plaza; y por allí andaban bailando suelto, Guindilla el padre con su eterno
cigarrillo pegado al labio; Mauro, de Mogarraz, el mejor bailador de toda la
sierra y veías al “Escachao tirando cubetes”, al Porru, a Navarro, a Chague, a
Valencia recitando loas, a Marcial con su gracia de pastor, a Navarro, a
Ciroqui ,que nunca fue cojo en las fiestas, a Perrerías, a Marchena, el gran
Jesús, haciendo castillos y recitando versos a la Virgen; a Manolín,a Moisés dándole
vida a las campanas, al Sacristán con su órgano tocando el himno nacional, al
Chato haciendo filigranas con las castañuelas, A Sergio vendiendo pirulíes de
chochos, a las Perdías con sus churros, a Don Saturnino poniendo el dedo en la
pantalla para que Morena Clara no nos enseñara
escenas peligrosas; A Cacherina que había que barrer las calles e ir por
la mañana a las cinco a regar,…
Pero ¡ojo! que
pasadas las fiestas el toro se podía aparecer en cualquier camino o esquina y
eso bien lo sabía la Virgen de la Peña
de Francia, que se nos ha olvidado que era la Patrona de los toreros de toda la
sierra y el campo salmantino, que tanto alabó y ensalzó Conchita Piquer, Doña
Concha.
Eran toros que
daban respeto, pero que muchísimo respeto y no sabias por donde podían salir y
subir si venía al caso, hasta agotar el trocinín de cuerda que te quedaba
arriba.
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