HISTORIAS DEL VIEJO ÓRGANO DE LA IGLESIA PARROQUIAL –I-
Este trasto. Hoy quizás, podríamos
llamarlo trasto. Pero en la década de los cincuenta era un auténtico y
grandioso instrumento-mueble musical. Un
mueble con complicados registros, puertecillas, teclas, tubos-trompetas y
pedales para uso de los entendidos.
Entrábamos a la iglesia parroquial por
la puerta del Solano Bajero y a la derecha, un poquito antes de llegar a la
pila bautismal del siglo XIII, en la mismísima pared estaba la entrada, siempre
oscura, del coro. Veinte escalones y estabas arriba. Si ibas hacia adelante y
te ponías delante de la barandilla, desde allí, desde lo alto, podías disfrutar
de una hermosa vista de todo el templo.
Optabas por quedarte en la parte de
atrás y te podías sentar en una antiquísima y fuerte sillería del coro.
Comenzaba la Misa Mayor y Jesús, el sacristán, mientras se quitaba la
bufanda de la boca, abría puertas y registros, se levantaba y reprendía a los
chiquillos ¡Id llenando el fuelle con cuidado! El fuelle era una especie de
acordeón con un gran peso encima y un artilugio de madera que se hacía mover de un lado a otro, mientras se llenaba de aire. Una vez lleno el fuelle. Los
chiquillos nos subíamos encima y el
sacristán terminaba enfadándose.
Don Saturnino: -¡Dominus vobiscum!-
Jesús-contestaba, con la música del
órgano-:¡Et cum spíritu tuo!
Y seguía con el: Credo in unum Deum. Patrem omnipotentem, factores coeli et terrae visibilium ómnium et
invisibilium; et in unum Dominum Jesum Christum. Filium Dei,…”
Yo creía que el latín era el lenguaje de
Dios y que no lo entendía nadie más que Él.- ¿Quién me iba a mí a decir que la
reválida de cuarto la iba a aprobar con un nueve en latín y un cinco “pelao” en
matemáticas?-
De pronto a la música del órgano se unía
un curioso repiqueteo de palos del viejo y destartalado órgano.
Jesús-volvía-…“Voy a echaros a todos de
ahí…” Se sentaba de nuevo, pisaba los pedales y nos conmocionaba de nuevo tocando, mientras la gente comulgaba: “Vamos
niño al Sagrario, que Jesús llorando está, pero viendo tantos niños muy
contento se pondrá. No llores Jesús, no
llores que me vas a hacer llorar pues los niños de este pueblo te queremos
consolar. Vamos niños al Sagrario,…”
Los agudos y graves de las trompetillas
se extendían con fuerza por todo el templo, mientras le tocaba repetir: “¡No lo
llenéis hasta arriba y dejad de enredar…!
Cuando
se elevaba el Santísimo o se empezaba a marchar ya la gente del templo, Jesús daba los últimos toques tocando el himno nacional, era emocionante, te sobrecogía
el chinda, chinda. Tachinda,
chinda,chinda,…¡¡De aquel entonces!!
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