lunes, 10 de diciembre de 2012

GENTES SENCILLAS DE AYER,HOY, MAÑANA Y SIEMPRE












































GENTES SENCILLAS DE AYER, HOY, MAÑANA Y SIEMPRE.
 Hay gentes que son tan sencillas que jamás esperarían que al paso de los años alguien hablara de ellas. Y en verdad se lo merecen porque hablar de ellas es valorar la entrega desinteresada a los demás.

Son personas que hacen las cosas de corazón porque a ellas así les sale y así son.
Recuerdo una noche de Navidad como una viejecita con un frío que se las pelaba acudía a casa de una persona a llevarle un tazoncito de castañas pilongas. Estaban recién hechas y ella quería dárselas a la persona que le había atendido con el mayor cariño e interés.

Y también a aquella vecina que cuando se iba a acostar a eso de las diez de la noche bajaba a la casa de al lado a buscar y rellenar el brasero con esa leña de encina que le quedaba  El brasero iba a ser motivo que hasta las tres de la mañana se quedara la persona vecina estudiando el tratamiento más adecuado que necesitara tal o cual enfermo.

 El calorcito hacía que si la luz se iba o flojeaba el velón, animara a consultar con más intimidad el libro de Marañón, de Jiménez Díaz o del personaje más ilustre de aquel momento.
Y llovía, y nevaba y se formaba carámbano cuando de pronto llamaban a la puerta y había que dejar el magnífico brasero que había preparado  la señora María Jesús, porque  esperaba "la" Luisa en la otra esquina del pueblo y el parto podría durar algunas horas.

 Esa noche se había perdido la alegría de poder trabajar en silencio y en casa, pero no importaba, seguro que al día siguiente a eso de las diez de la noche, volvía la señora María Jesús a rellenar el brasero. Su marido era el señor Isaac ¡Qué tendría aquella persona que siempre te hacía sonreír! Raro es que le vieras un momento sin hacer nada y siempre con su sonrisa alegre y cariñosa.
 Una noche- en una ocasión, me contaba la señora María Jesús- cuando estábamos en la Peña de Francia como los míos tardaban en llegar nos asomamos a ver si los veíamos llegar hasta la Fuente Buitrera, vimos que brillaban dos luces y dijimos ahí están ya, cuando nos fuimos acercando poco a poco ¡vaya susto que me llevé! Eran dos lobos.
Y es que estar en la Peña de Francia por los años cincuenta era muy duro. Estas líneas sirvan de homenaje a estas gentes sencillas, amigas de sus amigos que apenas se las conoce pero que son lo más grandioso que pueda tener un pueblo.
Y porque siendo así su pueblo, también, así son ellas, sencillas, llanas, cariñosas, dispuestas en cualquier momento a hacer lo que haga falta.
 ¡Dios las tenga en la Gloria! Porque en verdad bien se lo merecen.

No hay comentarios: