TOMÁS HOYOS
DE LA AFICIÓN A
SER UN GRAN PROFESIONAL
La vida en
cualquier momento nos puede dar un vuelco. Sírvanos esta sencilla expresión
para dar el triste impacto de nuestro amigo Tomás Hoyos.
La vida en los
pueblos era, por lo general, continuar -si tenías posibilidades, el camino
marcado por la familia. Recuerdo aquella enorme calabaza que me enseñó un día
de su huerta familiar que estaba donde después iría el gran hotel. Y también,
Tomás de camarero en el hotelito que tuvieron de comienzos y que dirigía su
cuñado Manolo con Agustina
Pasa el tiempo,
casado con Mari, es un excelente vecino de encima de la llamada Casa de Don
Luciano donde este pasaba la consulta.
Ahí estuvo su
vida y porvenir, continuando con el tractorcillo de los manzanos y afianzándose en él su afición de tallar tablas, gracias a
las continuas instrucciones que recibía de Don Luciano el médico.
Don Luciano
tenía grandes dotes para el dibujo ya que en su juventud le hacía los patronos
de las ropas, a su madre que era modista.
Esa iniciativa impulsó
a Tomás a aficionarse por el dibujo, tan necesario en él, que en muchas
ocasiones ya le impulsó después, Maria Teresa Barcala,, pintora y catedrática
en un instituto de Salamanca.
Tomás ya ve, que
lo que había sido una afición, tiene posibilidades de recibir encargos y
recompensas familiares, con numerosos encargos de muebles muy bien tallados.
En una estancia
mía veraniega, me encuentro con Tomás, para los amigos Tomasín. Conocí con él,
sus realizaciones, premios y encargos todos continuados en torno a la talla de
madera de nogal y castaño, preferentemente. Me llevó a ver el artesonado que
acababa de realizar del gran Hotel Abadía de los Templarios y la serrería que
había hecho por encima de la carretera que va al Portillo. “Yo esto ya para mis
hijos”-decía
No se me olvida
las continuas alabanzas a mi padre, él fue su mejor maestro e instructor, según
pude comprobar y él me decía: “Aprendí a tallar gracias a sus iniciativas y
seguí por ese camino, lo mismo que en el aspecto literario impulsó a José María
a Requejo en el libro que ambos
escribieron de La Alberca. Yo nunca esto lo he ocultado, para mí un
honor además del gran médico que era y
si no que se lo digan también a mi mujer Mari”
Recogí estas
palabras de Tomás y las llevo conmigo, porque fueron grandes amigos, sin
diferencias de edad alguna. Valorada campechanía de profunda y sincera amistad.
Recuerdo también la amistad que años posteriores, me dijo que tuvo con el pintor Rejano
Hoy no me pueden
faltar estas palabras tan albercanas y muy propias de Tomás: “Qué Dios nos bendiga”
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