EL EMPEDRADO
“Y cerrando los ojos veo las negras calles de La Alberca, los balconajes de madera, los aleros voladizos de sus casas, las mujeres sentadas en el umbral de las puertas y los ni ños jugando en la calle, (…) Y corre la vida”. (Dn. Miguel de Unamuno)
Confieso haber arreglado el empedrado de la puerta de mi casa, de cuando era pequeño, multitud de veces. No todo el mundo tiene habilidad para ese oficio y yo al parecer según personas que lo atestiguan lo hacía la mar de bien.
Las piedras, los toscos cantos es necesario recortarlos para que encajen bien unos con otros. Y después, una vez hecho un pequeño trozo, escarbando con suavidad la tierra, hay que buscar, cortar y encajar pequeñas piezas de rocas para que quede bien llano. El servirse de clavos y una cuerda a modo de plomada va a demostrar conocimientos en el oficio.
Me encantaba arreglar la calle como también ayudar a los amigos levantando las paredes que se caen de los huertos. Teníamos solidaridad.
Nadie nos había enseñado el oficio, pero si habíamos visto a los Adilos, al señor Sindo y a los buenos canteros que había en el pueblo trabajar con verdadera maestría. Viendo se aprende y las calles de La Alberca en los años cincuenta se desarreglaban continuamente al paso de las caballerías y los carros con ruedas de hierro.
Lo terrible era tener que barrer ese empedrado, piedrecita a piedrecita, las jóvenes serranas le echaban gracia y salero y lo hacían con gran perfección (los hombres barrían menos y sobretodo siendo jóvenes). La práctica y el socorrido urbanismo disponía que tenía que haber dos hileras de lanchas para el paso de carros, camiones y de algunos coches. Las aceras a ser posible también deberían llevar lanchas y junto a ellas los poyos para descansar y también en caso de necesidad poderse subir mejor a las caballerías. Todo esto se rompía cuando algún vecino necesitaba echar hoja delante de su casa, los transeúntes pasábamos, las pisábamos hasta que ya desmenuzada se metía para servir de camada en las cuadras o de un buen estiércol para las empobrecidas tierras con falta de material orgánico.
En la Plaza se notaba que el empedrado era algo mejor, pero el sanjuán y las fuertes lluvias se encargaban también en removerlo. Debajo de los soportales de las antiguas escuelas y salón de Gabi, estaba el Cemento, el lugar de lujo del pueblo. Cuando llovía se jugaba y se bailaba allí los domingos, era una delicia sobre todo los pasodobles. En la plaza el empedrado era bueno para cuando el tamborilero tocaba un “agarrao”. La Campanera abría espacios, el Porompompero fortalecía los tobillos, el Gerardito les recordaba a algunos que tenían que pagar el “piso” y luego había toques que con el desnivel del suelo y la costumbrita que existía de ponerle al chaval la mano en el hombro hacía que de vez en cuando un pequeño acercamiento provocara la sonrisa.
El día que arreglaron el alcantarillado consiguieron que por fin al andar nos pudiéramos fijar en el cielo, pero los tobillos perdieron fortaleza y los niños perdieron la costumbre de poder arreglar el pequeño trozo de la calle de la puerta de su casa. Mientras que nosotros ya cantábamos aquello de “A los pobres quintos los van a llevar”…(Las madres son las que lloran/ y las novias no lo sienten/ se quedan cuatro chavales/ y con ellos se divierten)
Y como los sucesos estaban a la orden del día, leed lo que nos relatan Los vuelaplumas de Peromingo:
Ayer tropezó en la esquina
Uno que siempre iba tieso
Por sus pies fue a la cantina
Y lo mejor fue el regreso.
Tan contento caminaba
Que decía:¡Ay va, mi madre!.
Otra vez se "trompicaba"
Y este ya, tropezón padre.
Pero el tío no caía.
Y a su casa así llegó.
Un buen jarro de agua fría
Y ya está, ¡la que se armó!
La culpa la tuvo el perro
Que al verlo así, se asustó.
“Trompezaron”. Luego entierro.
-¡Del animal digo yo!-
Moralejas bien saladas
De un antiguo pavimento
De calles modernizadas.
Y no les falta su cuento:
En mi calle hay una losa (un gran foso)
Que todo el mundo conoce.
Y la madre de mi esposa (esposo)
Si tropieza…Un simple roce.
“Y cerrando los ojos veo las negras calles de La Alberca, los balconajes de madera, los aleros voladizos de sus casas, las mujeres sentadas en el umbral de las puertas y los ni ños jugando en la calle, (…) Y corre la vida”. (Dn. Miguel de Unamuno)
Confieso haber arreglado el empedrado de la puerta de mi casa, de cuando era pequeño, multitud de veces. No todo el mundo tiene habilidad para ese oficio y yo al parecer según personas que lo atestiguan lo hacía la mar de bien.
Las piedras, los toscos cantos es necesario recortarlos para que encajen bien unos con otros. Y después, una vez hecho un pequeño trozo, escarbando con suavidad la tierra, hay que buscar, cortar y encajar pequeñas piezas de rocas para que quede bien llano. El servirse de clavos y una cuerda a modo de plomada va a demostrar conocimientos en el oficio.
Me encantaba arreglar la calle como también ayudar a los amigos levantando las paredes que se caen de los huertos. Teníamos solidaridad.
Nadie nos había enseñado el oficio, pero si habíamos visto a los Adilos, al señor Sindo y a los buenos canteros que había en el pueblo trabajar con verdadera maestría. Viendo se aprende y las calles de La Alberca en los años cincuenta se desarreglaban continuamente al paso de las caballerías y los carros con ruedas de hierro.
Lo terrible era tener que barrer ese empedrado, piedrecita a piedrecita, las jóvenes serranas le echaban gracia y salero y lo hacían con gran perfección (los hombres barrían menos y sobretodo siendo jóvenes). La práctica y el socorrido urbanismo disponía que tenía que haber dos hileras de lanchas para el paso de carros, camiones y de algunos coches. Las aceras a ser posible también deberían llevar lanchas y junto a ellas los poyos para descansar y también en caso de necesidad poderse subir mejor a las caballerías. Todo esto se rompía cuando algún vecino necesitaba echar hoja delante de su casa, los transeúntes pasábamos, las pisábamos hasta que ya desmenuzada se metía para servir de camada en las cuadras o de un buen estiércol para las empobrecidas tierras con falta de material orgánico.
En la Plaza se notaba que el empedrado era algo mejor, pero el sanjuán y las fuertes lluvias se encargaban también en removerlo. Debajo de los soportales de las antiguas escuelas y salón de Gabi, estaba el Cemento, el lugar de lujo del pueblo. Cuando llovía se jugaba y se bailaba allí los domingos, era una delicia sobre todo los pasodobles. En la plaza el empedrado era bueno para cuando el tamborilero tocaba un “agarrao”. La Campanera abría espacios, el Porompompero fortalecía los tobillos, el Gerardito les recordaba a algunos que tenían que pagar el “piso” y luego había toques que con el desnivel del suelo y la costumbrita que existía de ponerle al chaval la mano en el hombro hacía que de vez en cuando un pequeño acercamiento provocara la sonrisa.
El día que arreglaron el alcantarillado consiguieron que por fin al andar nos pudiéramos fijar en el cielo, pero los tobillos perdieron fortaleza y los niños perdieron la costumbre de poder arreglar el pequeño trozo de la calle de la puerta de su casa. Mientras que nosotros ya cantábamos aquello de “A los pobres quintos los van a llevar”…(Las madres son las que lloran/ y las novias no lo sienten/ se quedan cuatro chavales/ y con ellos se divierten)
Y como los sucesos estaban a la orden del día, leed lo que nos relatan Los vuelaplumas de Peromingo:
Ayer tropezó en la esquina
Uno que siempre iba tieso
Por sus pies fue a la cantina
Y lo mejor fue el regreso.
Tan contento caminaba
Que decía:¡Ay va, mi madre!.
Otra vez se "trompicaba"
Y este ya, tropezón padre.
Pero el tío no caía.
Y a su casa así llegó.
Un buen jarro de agua fría
Y ya está, ¡la que se armó!
La culpa la tuvo el perro
Que al verlo así, se asustó.
“Trompezaron”. Luego entierro.
-¡Del animal digo yo!-
Moralejas bien saladas
De un antiguo pavimento
De calles modernizadas.
Y no les falta su cuento:
En mi calle hay una losa (un gran foso)
Que todo el mundo conoce.
Y la madre de mi esposa (esposo)
Si tropieza…Un simple roce.
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