LOS TEJADOS- I-
“Estos pueblos, que se pueden abarcar así desde lo alto, en una ojeada, y que se diría cabe cogerlos en un puño. Y allí dentro es todo un mundo”-Don Miguel de Unamuno-
No me gustan las ciudades ni los pueblos vistos desde lo alto. Desde el avión, las cosas pierden su forma, relieve y se pegan al suelo. Me gusta la contemplación desde arriba, lo que no quiere decir con visión aérea ni siquiera a vista de pájaro.“ Hay que mirar- dice Federico Muelas- con estatura de hombre y alzarse lo suficiente sobre las puntas de los pies, pero sin soberbia”
Y la mirada se ha de hacer teniendo a los tejados cerca, o exigir a las alas del avión que se pongan a nivel de los ojos vivos. Los tejados se rizan, se juntan y se separan. La monotonía que da lo liso de ciertas edificaciones de ciudad, aquí en la sierra se suaviza y enternece en el acanalado, surgen continuas vivencias. Aquí subo, allí bajo, entro, salgo, me abro en la plaza, en las afueras se acurrucan más unos con otros. Así es el mundo de las tejas.
Y nada mejor que asomarse a la ventanina del “sobrao”, o a la atrevida terraza que se eleva por encima de las demás casas. Algunas de estas recubren sus aleros a modo de faldones ( como las escamas al pez), con tablas horizontales de madera para protegerse de los fuertes aguaceros.
El campanario es el único que se yergue, pastoreando tañidos sobre la amplia comarca, con lentos redobles a la hora del ángelus o alegre voltear de días de fiesta.
Una nube de pajarillos ondulea el río de debajo de la Puente la “Arrol-berca” que se precipita raudo, elevan su altura al salir del Hoyo; se posan en el amplio robledal de la “Mataricho” y entran al pueblo extendiéndose por el paso de la Ermita de San Antonio.
Unos pocos terminan jugueteando en torno al Solano, las Espeñitas, la torre de la iglesia,…mientras otros encuentran refugio en la teja rota (casita de verano), en el cuenco de barro de debajo del tejado, o en el atrevido y saliente paredón de cualquier caserón del lugar.
“Estos pueblos, que se pueden abarcar así desde lo alto, en una ojeada, y que se diría cabe cogerlos en un puño. Y allí dentro es todo un mundo”-Don Miguel de Unamuno-
No me gustan las ciudades ni los pueblos vistos desde lo alto. Desde el avión, las cosas pierden su forma, relieve y se pegan al suelo. Me gusta la contemplación desde arriba, lo que no quiere decir con visión aérea ni siquiera a vista de pájaro.“ Hay que mirar- dice Federico Muelas- con estatura de hombre y alzarse lo suficiente sobre las puntas de los pies, pero sin soberbia”
Y la mirada se ha de hacer teniendo a los tejados cerca, o exigir a las alas del avión que se pongan a nivel de los ojos vivos. Los tejados se rizan, se juntan y se separan. La monotonía que da lo liso de ciertas edificaciones de ciudad, aquí en la sierra se suaviza y enternece en el acanalado, surgen continuas vivencias. Aquí subo, allí bajo, entro, salgo, me abro en la plaza, en las afueras se acurrucan más unos con otros. Así es el mundo de las tejas.
Y nada mejor que asomarse a la ventanina del “sobrao”, o a la atrevida terraza que se eleva por encima de las demás casas. Algunas de estas recubren sus aleros a modo de faldones ( como las escamas al pez), con tablas horizontales de madera para protegerse de los fuertes aguaceros.
El campanario es el único que se yergue, pastoreando tañidos sobre la amplia comarca, con lentos redobles a la hora del ángelus o alegre voltear de días de fiesta.
Una nube de pajarillos ondulea el río de debajo de la Puente la “Arrol-berca” que se precipita raudo, elevan su altura al salir del Hoyo; se posan en el amplio robledal de la “Mataricho” y entran al pueblo extendiéndose por el paso de la Ermita de San Antonio.
Unos pocos terminan jugueteando en torno al Solano, las Espeñitas, la torre de la iglesia,…mientras otros encuentran refugio en la teja rota (casita de verano), en el cuenco de barro de debajo del tejado, o en el atrevido y saliente paredón de cualquier caserón del lugar.
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