UNA HISTORIA SURREALISTA EN UN PUEBLO MEDIEVAL
En la década de los años cincuenta del pasado siglo el tener una linterna en La Alberca no era muy corriente. Cuando en las noches del frío invierno y fuertes temporales se iba la luz eléctrica (por entonces muy corriente). Muchas familias tenían unos faroles, que atizaban con aceite, candiles y carburo que les servía para bajar a la cuadra a echar de comer a los animales o para andar por las calles.
Pero sobre todo eran necesarios cuando tenían que salir a regar por la noche sus campos
Yo recuerdo que mi padre tenía que tener una linterna para su trabajo, visitas nocturnas o subir a casas que si no conocías las escaleras te podías jugar el tipo, por lo general él no la usaba pues sabía que la gente estaba pendiente de su llegada.
En algunas ocasiones me mandaban a hacer recados que por ser ya casi de noche me prestaban la linterna. Muy contento con ella y con la compañía de algún amigo le decía a este, mientras movía la linterna para un lado y para otro. ¿Y si las linternas hablaran?
La respuesta de mi amigo ante la oscuridad de la noche era tajante. ¡Déjate de esas historias que a mí me dan miedo! ¡Alumbra para esa esquina no siendo que se aparezca alguien! Ese era un auténtico problema el de los “aparecíos” Y la luz de las linternas seguro que les hacían huir.
Trasladada luego la pregunta a mi padre, él sonreía y decía así a mi madre “son sus clásicas ocurrencias”
Bueno, pues ahora pienso y digo: ¡Qué pena no haberme dedicado a la investigación y haber llevado a la práctica tan clásica e ingeniosa ocurrencia!
Porque hoy en los pueblos a nadie ya se ve con linternas y faroles –los niños para conocerlas deben de visitar el Museo de Satur Juanela- y en caso de que se vaya la luz –rara avis- o se tenga que salir al campo. ¿Quién no tiene hoy un móvil? Y además.... dan luz, y... hablan...
¡Habrase visto, eso de las linternas!
¡Cómo lo de los goznes de las puertas de la calle que chirriaban con un sonido tan fácil de identificar que enseguida conocías de quien era el que sonaba! Pero eso jamás se me ocurrió pensar que un día el sonido que transmitían eran la voz de esos telefonillos tan feos que han ido hoy a sustituirles...
Yo prefiero la clásica aldaba y el jueguecillo de los picaportes que suenan cuando alguien los mueve para entrar (o salir, que para eso no valen los telefonillos)
Lo que si vale a parte de estos sonidos de aldabas y picaportes es el clásico martilleo que hacía el herrero y otros sonidos sorpresas naturalmente de la vida propia de un pueblo. ¡Adelante con ellos!
Imágenes:
Faroles de las hijas del Boticario
Maniquí vivo de Mary Luz con farol
Transformen: Collage surrealista del autor "Los aparecíos"
Puertas y picaportes
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