jueves, 19 de noviembre de 2015

DEL ONCE AL QUINCE

















DEL ONCE AL QUINCE Y TIRO PORQUE ME TOCA
-No van cuatro, ¡despistado! / Que si hacemos bien la cuenta
Ciento cuatro ya han pasado. / Recordemos los cincuenta.
Y… ¡chico!, ¡los cinco choca! /Que  este “ juego” no ha acabado.
Y tiro porque me toca.-
Si en 1911 la llegada de un automóvil era todo un gran acontecimiento en cualquier pueblo de Castilla. En La Alberca un coche desconocido y con buena apariencia, al comienzo de la década de los cincuenta, seguía produciendo la misma expectación.
La “brea” seguía unos metros más allá de la Casa del Arquitecto y allí ya se detenía. La carretera  era ya de tierra y polvo, para dar mayor aire y naturalidad al “monumento”. La fuente del Tablao quedaba en un hoyo y el Río de San Antonio acarreaba agua con fuerza y salero; allí, las mozas que estaban lavando la ropa levantaban la vista cuando muy cerquita de ellas pasaba tocando fuertemente el claxon el coche de Felipe que venía de América, el “haiga” del hijo del “enterradó” que le iba bien en  sus negocios, el de Tito que venía del Cabaco, el de Poli el de la Pilata, el del señor Honorio o el de Pedro Calentino,…
Los chiquillos -¡Qué quieres que te digamos!- ante la nube de polvo y olores a ciudad salíamos corriendo tras de él…¡Vamos hasta la plaza a ver  quién viene!
“El a ver quién viene” interesaba más a personas mayores que al escuchar el ruido de la calle se recogían el mandil, bajaban a la puerta y miraban con disimulo mientras el carro de paja descargaba en la calle a toda velocidad, recogía sus trastos el herrero señor Antolín o Telesforo metía a su carro de bueyes en una esquina de la Balsada.
Mientras en la plaza los chiquillos observaban al máximo el descapotable, ¡igualito que el de Manolete! La vecindad se acercaba y saludaba a los que habían llegado de Argentina, América o Suiza. “Con los no te acuerdas o ¿no conoces a la hija de…?”Se hacían los mejores saludos.
Arrancaba de nuevo el coche y había que irlo a probar hasta el Prado la Carrera, de lo demás ya habrá tiempo.
A la vuelta, entre el sembrado del Mister y el huerto de la Carambanera sucedía siempre lo mismo, había que agarrar fuertemente al mulo para que no se espantara y los perros que extrañaban al cacharro  que venía pitando y echando humo salían corriendo tras de él, ladrando, acechando a sus ruedas, hasta que por fin se daban ya por vencidos junto a la ermita  San Antonio. Pero más arriba se volvían a enzarzar con el grupito de perros  de Telesforo,  o del primero que pasara.
Cuando el sufrido campesino llegaba a la puerta de su casa, le esperaban otras y más variadas faenas de nunca poder parar. Y los perros ya no ladraban a los coches sino a los niños que pasaban junto a la puerta de su casa.
 X-Fotos de :Rosa Gómez
      y Pilar Puerto


























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